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Salas, un rincón escondido en el occidente asturiano, es el lugar donde el tiempo parece detenerse para invitar a los viajeros a perderse en su mágica serenidad. Aquí, cada sendero, cada rincón, y cada piedra cuenta una historia de siglos, donde los vaqueiros de alzada, esos pastores trashumantes que buscaban pastos en las alturas, y los ribereños, con sus tradiciones salmoneras, se entrelazan con el alma de la tierra. En este territorio, la vida es un baile suave entre la naturaleza y las antiguas tradiciones, creando un paisaje donde el pasado se siente tan cercano como el viento que susurra entre las montañas.
La villa de Salas es un poema en piedra, un lugar donde caminar es adentrarse en un cuento de hadas medieval. Las calles empedradas te guían hacia la imponente Torre del Palacio de los Valdés-Salas, que se yergue como un guardián silencioso del tiempo, mientras el Palacio Valdés-Salas, con su elegancia renacentista, se despliega ante tus ojos como una joya cuidadosamente esculpida. En el corazón de la villa, la Colegiata de Santa María La Mayor se alza majestuosa, y al entrar, el Mausoleo de Don Fernando Valdés Salas, obra maestra de Pompeo Leoni, te envuelve en una sensación de asombro y respeto. Cada rincón de Salas está impregnado de una historia de amor entre la arquitectura y el paisaje, donde el pasado se convierte en un susurro constante que acaricia el alma.
Pero Salas no solo conquista con su historia; sus paisajes naturales son un regalo sublime para aquellos corazones que buscan conectarse con la belleza más pura. La turbera de La Molina y el río Narcea, con su flora y fauna singulares, actúan como abrazos de la naturaleza, invitándote a respirar profundamente y dejarte llevar por la serenidad que emana de sus paisajes vírgenes. Las sinuosas sendas del río, salpicadas de verdes intensos y tranquilos remansos, te sumergen en un mundo de calma que parece detenido en el tiempo.
El Paisaje Protegido de la Cuenca del Esva despliega panoramas tan impresionantes que te dejarán sin aliento, con sus suaves colinas y ríos que serpentearán a través de valles que parecen de otro mundo. Aquí, cada vista es una pintura viva, donde los tonos cambiantes de las estaciones pintan un cuadro siempre nuevo y fascinante. El venerable Tejo de San Martín, erguido como un guardián antiguo, te observa con la sabiduría de los siglos, recordándote la eterna majestuosidad de la naturaleza y el tiempo que fluye en silencio. En Salas, la naturaleza y la historia se entrelazan en un romance eterno, creando un refugio sereno donde los viajeros pueden escapar del bullicio del mundo moderno y reencontrarse con la esencia pura de lo esencial, rodeados de belleza y tranquilidad que nutren el alma.
Perderse en Salas es también descubrir sus tesoros ocultos, como el Monasterio de San Salvador en Cornellana, un rincón sagrado que ha resistido el paso del tiempo con una serenidad que conmueve. Pasear por sus claustros es como caminar en los pasos de aquellos que, hace siglos, encontraron aquí su paz. En Malleza, el llamado "La pequeña Habana", las casas de estilo indiano te transportan a otro tiempo y lugar, donde el aire está impregnado de historias de aventuras y amores lejanos. Salas te invita a soñar despierto, a dejarte llevar por la melodía suave de su historia y sus paisajes.
Y cuando llega el momento de partir, los "Carajitos del Profesor", esos dulces que saben a tradición y cariño, se convierten en un último beso dulce de despedida. Salas, con su encanto medieval, sus paisajes que parecen sacados de un cuento, y su historia entrelazada con cada rincón, es un lugar donde el viajero puede encontrar un refugio para el alma, un lugar donde cada momento es una caricia suave del tiempo y la naturaleza. Salas no es solo un destino, es un romance eterno entre la historia, la naturaleza y el viajero que se atreve a descubrirlo.
Salas, con su rica tapestry de historia y naturaleza, ofrece un refugio único para el viajero que busca más que una simple escapada. Aquí, cada calle empedrada, cada monumento histórico, y cada paisaje natural forman un cuadro vibrante de serenidad y belleza atemporal. Desde la majestuosidad de la Colegiata de Santa María La Mayor hasta el abrazo tranquilo de la turbera de La Molina, Salas invita a sumergirse en una experiencia donde el pasado y el presente se entrelazan en una danza perfecta. La calidez de su gente, el encanto de sus pueblos vecinos, y el aroma de sus tradiciones culinarias crean una atmósfera acogedora que transforma una visita en un recuerdo imborrable.
Dejar Salas es como desprenderse de un abrazo eterno, donde cada rincón ha dejado una marca indeleble en el corazón del viajero. Los paisajes naturales y los tesoros históricos de este encantador concejo se quedan en la memoria, invitando a regresar una y otra vez. En Salas, el tiempo se detiene para que puedas disfrutar de la esencia pura de Asturias, un lugar donde la historia se siente como un susurro en el viento y la naturaleza ofrece su belleza más sincera. En cada visita, Salas promete no solo un viaje a través del espacio, sino un viaje profundo al corazón mismo de la autenticidad y la tranquilidad asturiana.
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